Mar purpúreo e infinito,
dunas que se suceden sin fin hasta agotar la mirada,
cada tanto el viento revuelve el paisaje,
las fuertes ventiscas congregan la arena,
la hacen girar con enloquecido soplo:
aliento hipnótico, danza febril
el panorama es el mismo y es otro,
mudable y fijo, frágil y contundente.
El cielo es el espejo en el que se mira la tierra,
su bóveda refleja la monotonía del terreno,
las nueve horas del día son siempre del mismo color rosa apagado,
las nubes, pinceladas apenas, permanecen estáticas como en un diorama,
trazos finos, blancos o grises.
Bajo el inmenso mar de fina arena fue hallada la tumba,
allí en el quinto planeta que orbita una enana roja
en el centro de la nube del Canis Mayor,
en el Cúmulo de Virgo,
La vaina ancestral, burbuja abombada y transparente,
preservó al alienígena por millones de años,
su cuerpo es reflejo de lo humano y a la vez su otro distante,
los largos brazos y piernas, la cabeza alongada, subrayan la hermandad.
¿más cómo identificarse con aquel rostro ?
Su cara es una membrana abierta
quizá antes húmeda y viscosa,
ahora fosilizada, como una caracola,
Las pruebas de datación revelaron que estaba ya así
igual de muerto y de distante
cuando en la tierra el primer animal marino dejó el agua
y respiró con hondura su primer bocanada de aire.
No sabemos nada del extraño
¿cuál fue su arte, cuál su arquitectura y religión?
¿Cómo percibió al mundo sin ojos, sin lengua y sin oídos?
Verlo es pues contemplar su existencia por una cerradura,
Su descubrimiento no nos sirve de mucho,
su presencia no resuelve nada,
por el contrario él es quien exige de nosotros,
desde el abismo de los tiempos nos demanda una respuesta,
entre más lo miremos, más nos interroga.
Juan Manuel Labarthe Hernández
Ganador del primer premio de la categoría de poesía
4to Concurso de Cuento y Poesía de Ciencia Ficción
“José María Mendiola” 2017