Mucho se ha especulado sobre el poder de la música; sobre su fuerza, su belleza, su virtud… su poder de transportarnos a un mundo lejos de los lazos asfixiantes de la realidad. Y esto es algo que, en verdad, puedo afirmar por propia experiencia pues a través de ella he viajado a lugares dentro de mi mente y de mi alma que nunca había imaginado siquiera que existieran. Sin embargo, el poder de la música es un velado misterio capaz de superase a sí mismo. Es a la vez un instrumento magnífico y terrible, pero es más que eso, y existe también más allá de la mente del ser humano y la esfera que este habita.
Qué tanto de real tenga la historia relatada por Edmond Harrison en su diario la noche de un sábado 17 de diciembre, es algo que no puede saberse. La palabra “real” es algo relativo; es simplemente el nombre que le damos a un mundo colectivo imaginario para relacionarnos más fácilmente entre nosotros, y la frase “cada cabeza es un mundo”, en verdad les digo, es más literal de lo que parece.
Edmond Harrison era flautista de la Orquesta Filarmónica de la ciudad y desde pequeño se había sentido atraído y fascinado por la música. Mientras otros niños jugaban al escondite o a perseguirse, corrían por los parques y pedían a sus padres bicicletas, videojuegos y figuras de acción, Edmond pasaba horas y horas escuchando los discos de su padre (Vivaldi, John Coltrane y King Crimson eran discos básicos) en un viejo tocadiscos, y únicamente le había pedido a su padre una sola cosa, cuando tenía cinco años: una flauta traversa que Edmond vio en una tienda de música. Sus padres se preocupaban de que el niño se alienara en un mundo irreal, lejos del mundo que lo rodeaba, y varias veces trataron de que pasara menos tiempo con su música y su flauta y más relacionándose con otros niños. Edmond obedecía sin reclamar, pero tras ver la tristeza y melancolía que lo invadían lejos de su pasión, sus padres finalmente le permitieron continuar con el estilo de vida que el niño había elegido para sí mismo: vivir para la música, a la que honraba a través de las mágicas notas que emanaban de su flauta traversa; porque Edmond, sin haber estudiado con algún maestro o libro de música, era un virtuoso de la flauta.
Pocos días después de comprar la flauta a Edmond, sus padres escucharon maravillosas y cautivadoras melodías saliendo de su cuarto y pensaron que de alguna forma el niño había conseguido un nuevo disco con música de flauta para comenzar a practicar. Grande fue su sorpresa al entrar a su cuarto y ver al niño creando esa música mágica con su flauta, sentado en la posición del loto, con los ojos cerrados y totalmente absorto en su interpretación. Cuando sus padres le preguntaron en dónde había aprendido a interpretar la flauta de esa manera, el niño respondió de forma enigmática: “Es la música quien interpreta a través de mí”.
Edmond creció, junto a su pasión por la música y su virtuosismo en la flauta, a los dieciocho años entró en la Orquesta Filarmónica donde destacó desde el primer momento como un maestro de la flauta como nunca antes se había visto u oído.
Además de la música, luego de entrar en la Orquesta, Edmond se había convertido en escritor de ficción y fantasía. Su técnica y estilo dejaban mucho que desear, pero la imaginación que destilaban sus escritos lo convirtieron en un escritor underground relativamente conocido y enormemente valorado. Sin embargo, Edmond Harrison siempre se había considerado a sí mismo como músico y nada más; o como él mismo decía: “un instrumento de la música”.
Sus escritos eran principalmente cuentos de terror y fantasía, con nombres tan exóticos como Los Hongos más allá de Neptuno, Las Extensiones Transdimensionales del Cautivo Milenario o El Retoño de la Cabra Negra de los Bosques. Algunos de sus cuentos se habían publicado en antologías y Edmond era una especie de celebridad local, aunque él nunca salía de su ostracismo y su vida solitaria.
Edmond siempre fue una persona callada. Se conocía poco sobre su vida a parte de su dedicación a la música y su reciente incursión en la escritura, además de las anécdotas de infancia que contaban sus padres sobre Edmond y su melomanía; anécdotas por demás dudosas, pero que se hacían más creíbles en cuanto escuchaban al joven interpretar la flauta. “Si alguien puede producir una música como esta, cualquier cosa es posible”, dijo en una ocasión un compañero suyo de la Orquesta. Para Edmond Harrison, la música era su vida.
Cierto día, los compañeros de Edmond lo notaron más alegre y animado de lo normal. Dijo que pronto se iría de viaje muy lejos (aunque no aclaró cuál era su destino) y que era un viaje por el cual había esperado mucho tiempo. Sus compañeros se extrañaron por su animada actitud, pero les dio gusto verlo sonreír por primera vez y que, para variar, fuera a salir de su casa para conocer el mundo.
Al siguiente día, poco después del amanecer, fue cuando ocurrió el misterioso y extraño suceso alrededor de la desaparición de Edmond Harrison. Una desaparición inexplicable, a menos que se crea en las palabras que Edmond dejó garabateadas en su diario esa noche.
Eran alrededor de las siete de la mañana del dieciocho de diciembre cuando varias personas afirman haber sido testigos de una enorme nube negra (no gris ni oscura; los testigos concordaron en que la nube era de una negro profundo y casi brillante) que se formó en el cielo, y se movió como llevada por el viento hasta el edificio de renta en que Edmond Harrison vivía, donde se posó repentinamente. Entonces vieron salir de la nube un rayo (más que un rayo, los testigos lo describieron como una línea recta de luz, o “línea luminosa”) de un color blanco intenso que cayó directo en la ventana abierta de la habitación de Edmond. Tras unos segundos, el rayo desapareció, como si hubiera regresado a la nube de donde vino, y esta perdió consistencia y se esfumó tan repentinamente como apareció.
Asustados, varios de los testigos se dirigieron a la habitación de Edmond Harrison. Subieron las escaleras, llegaron a la habitación y abrieron la puerta pero se quedaron sorprendidos al no encontrar ni rastro de Edmond o de la caída del rayo. Las únicas curiosidades dentro del cuarto eran su flauta y un cuaderno a modo de diario firmado por Edmond, y por la fecha y hora registradas en él, escrito esa misma noche.
El casero del edificio, quien estuvo despierto toda la noche jugando a las cartas con unos amigos, juró que Edmond no salió de su cuarto desde que llegó al edificio y entró en su habitación alrededor de las ocho de la noche. Además afirma que él y sus amigos escucharon a Edmond tocar sus inconfundibles melodías, cargadas esa noche de un especial encanto, hasta poco antes del amanecer.
El diario encontrado suscitó todo tipo de extrañas especulaciones, tan fantásticas como los cuentos que Edmond escribía. Las autoridades lo clasificaron como el resultado de una mente encerrada en su propio mundo. Los más imaginativos dijeron que Edmond, en efecto, realizó el tan anhelado viaje que había mencionado.
Luego de tres años no se volvió a saber más de Edmond Harrison, quien dejó atrás su amada flauta y el enigmático diario escrito la noche del diecisiete de diciembre. Verdad o mentira, estas son las palabras del diario dejado por Edmond Harrison luego de su misteriosa desaparición: “He llegado a mi habitación. Hoy es el día. La gente no conoce el poder de la música. La utilizan como un mero entretenimiento o para llenar el silencio interior al que tanto temen. Desde mi infancia me he consagrado a la música y ella me ha revelado sus secretos, cuando cierro mis ojos ella me toma y yo soy una flauta en sus manos. La gente me dice que soy un virtuoso de la flauta y que nunca habían visto tocar a alguien como dicen que lo hago yo; pero es que en verdad yo no hago nada. Es la música que desea darse a conocer y me ha dignado al elegirme como un instrumento suyo.
He empezado a escribir hace un par de años. Quienes me han leído se han dado cuenta de lo mal que escribo pero no han dejado de admirarse por la imaginación de mis relatos. Esto es porque no son simples relatos. He visto tantas cosas gracias a los mundos que la música me ha mostrado… mundos terribles y maravillosos, indescriptibles, pero que he tratado de dejar plasmados en mis cuentos. Tampoco me corresponde el mérito de ellos. El mérito es únicamente de la música, quien me ha mostrado dichos mundos cuando tomo mi flauta, cierro mis ojos y me dejo llevar por ella.
Quienes lean este diario, seguro creerán que esto no es más que el boceto de un nuevo cuento, sin saber que es un dedo que señala hacia la verdad misma. Seguirán viendo desde su pequeña rendija, burlándose y juzgando en su propia ignorancia. Su condena será quedarse en su encierro y perderse del éxtasis que está más allá de la mente y la imaginación.
He leído sobre un lugar (si es que se le puede llamar lugar) donde finalmente podré ser quien soy: ser uno con la música que amo. El Necronomicón, el De Vermis Misteriis y Las Revelaciones del Pozo hablan de él veladamente y le dan un terrible nombre a su guardián. Lo llaman el Caos Nuclear, el Dios Ciego e Idiota, el Negro Sultán del Caos que roe, gime y babea en el Centro del Universo, rodeado de monstruosos flautistas danzando a su alrededor. Lo han malinterpretado totalmente. Abdul Al-Hazred, Ludvig Prinn, Cornelius Machen… han hablado de visiones reales que no comprendieron. La música finalmente me mostró ese mundo, y me dijo que hoy me llevaría a él; no solo mentalmente, sino en cuerpo y alma.
En el centro del Universo se encuentra la música encarnada, dictando al cosmos sus leyes. Es un caos hermoso, lejos de las cadenas del orden. No es ciego ni idiota, sino que ve hacia adentro, la verdadera visión, y carece de la soberbia mente que niega lo que no conoce. Es sentimiento puro, inocencia infantil y a su alrededor danza la melodía que surge de su esencia misma.
En unos momentos más me dejaré llevar por los suaves dedos de la música y a través de mí interpretará la melodía que me permitirá, finalmente, ir a mi verdadero hogar. Me lo ha dicho, y poco después del amanecer seré llevado al mundo por el que he suspirado día y noche, el mundo donde seré uno con la música que amo.
La hora se acerca; la música me lo ha dicho…
Dulce armonía llena de caos, me llamas desde tu morada
Al mundo donde todo es y no es,
Donde la vida y la muerte no tienen cabida
Donde me aguarda el ensueño visto y anhelado.
Tu canción me guía a través del camino
Al olvido en ti, el verdadero recuerdo.
Me voy al fin. No se me verá más en este mundo, porque iré al verdadero mundo que me ha llamado desde mi infancia, preparándome para este día. Mi momento ha llegado. Dejo mi flauta como símbolo de la dicha escondida que espera ser encontrada. No la necesitaré a donde voy, pues ahí yo seré la melodía cósmica…”.
Jorge Sánchez (Reynosa, Tamaulipas) Nunca le gustó la escuela, pero siempre le encantó aprender. Sus principales pasiones son la historia (especialmente historia antigua), la música (sobre todo el rock y el jazz), y la lectura (mis escritores favoritos son H. P. Lovecraft y Philip K. Dick). Toca guitarra, dibuja ocasionalmente y empezó a escribir en marzo del 2016.